lunes, 27 de octubre de 2008

Bunbury o cómo ver a un divo sobre un escenario

Y todo hay que decirlo. ¡Pedazo concierto! Mira que no he sido nunca muy seguidor de Bunbury. Sus discos primeros en solitario me eran demasiado “experimentales” y tranquilos, pero todo ha cambiado con su último disco “Hellville de Luxe”. Así que había que ir a verle en concierto (hombre, también influye que mi novia insistía muchísimo en que había que ir).

Quedé con unos amigos antes del concierto para picar algo y luego meternos en el Palacio para coger sitio. Tuve ocasión de conocer (¡por fín!) a M., novia de R. Compañero de trabajo y de fatigas varias, había empezado a salir desde hace tiempo con M., pero las circunstancias no habían permitido que nos conociéramos. Una mujer muy maja y me he llevado muy buen impresión. Ahora hace falta que nos veamos más.

Pero volvamos al tema de la música. Después de los pinchos, nos metimos en el Palacio. Teníamos entrada en la grada de la calle Goya (frente al escenario). Quedaba más de una hora para que comenzara el concierto y ya no había manera de conseguir asiento en las primeras filas (cosa que sí conseguimos en el concierto de Muse). Así que cogimos lo que pudimos en la mitad de la grada. El escenario se veía bien, aunque quedaba un pelín alejado. El consuelo estaba en que íbamos a oir el concierto muy bien, porque estábamos situados (a cierta distancia) detrás de la mesa de mezcla, sitio mejor para cualquier concierto porque siempre vas a oir lo mismo que los técnicos de sonido. Ya solo quedaba esperar. Esta se hizo amena, porque aparte de charlar, tuvimos ocasión de ver pasar de cerca a Pereza, a Jaime Urrutia y algún famosillo más.

Y por fin, se hizo la oscuridad y comenzó el concierto. ¡Impresionante! Puedo prometer que el sonido de este concierto fue insuperable. Dudo que haya oído nada mejor en ninguno de los conciertos que he estado (y he estado en bastantes). Bueno, algunos artistas estaban muy bien (Eric Clapton, AC/DC, etc.), pero es que con todos los aparatos que traen estos grupos, lo menos que se les puede pedir es que suenen bien. Durante todo el concierto (que duró la solera de 2 horas 40 minutos), no hubo ningún fallo de sonido, ningún acoplamiento de instrumentos, ninguna rotura de cuerda de guitarra, ningún gallo del cantante, etc. De verdad, ¡impresionante!
No pude cantar en muchísimas canciones que tocó, porque no las conocía muy bien. Pero estaban todas magistralmente interpretadas. Acompañadas, como no, del divo Bunbury, que se come el escenario con cualquier gesto o movimiento. Este tío ha nacido para estar frente al público y cantar. Y disfruta como un enano. Además, en mi opinión, es la mejor voz del panorama musical español (Auserón canta también muy bien, pero este aragonés es impresionante [repito calificativos, pero es que fue impresionante]).

Y así fue el concierto. Una canción rockera detrás de otra. Entremezclando una parte más “tradicional” de Bunbury (tocando canciones en un estilo cabaret), pero todas las canciones “derrochaban” guitarras por todos los costados. Se respiraba rock por todas las esquinas. La gente se volvía loca con “El club de los imposibles”, “El extranjero”, “Bujías para el dolor”, “Me calaste hondo” y “El rescate”.

A la hora y cuarenta, Bunbury termina por primera vez y se va del escenario. Todo el mundo sabe que va a volver. Es natural que hay bis. Pero no un bis que dure media hora más. Nos vamos a un concierto de dos horas diez. Se vuelve a ir. La gente insiste, pero a los que estamos acostumbrados a conciertos, miramos con recelo al techo para ver si se encienden las luces generales del recinto. No pasa nada. Bunbury volverá. Y así es. Otro bis.

Tres canciones más y parece que no se cansa. Se despide nuevamente durante la interpretación de la última canción. La gente da por sentado que ésta es la refinitiva. Según los músicos dejan los instrumentos, Bunbury empieza a hablar que si debería dejarlo ahora para no “cagar” el concierto, pero quiere hacer un experimento, tocando alguna canción lenta más. El experimento se convierte en dos canciones de aúpa.

Ya está. Dos horas y cuarenta minutos después, todo se ha acabado. Todo el mundo sale con una felicidad suprema del recinto. Hemos experimentado un conciertazo. Y para servidor, que iba un poco a la expectativa de dejarse sorprender, no puede hacer otra cosa que quitarse el sombrero ante este artista y decir que ha ganado aún más (incluso después del último disco) a un fan en Madrid.

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